Por: Adela Luna
Cada 3 de mayo no solo conmemoramos una fecha, sino que encendemos una alarma. El Día Mundial de la Libertad de Prensa es un recordatorio de que el periodismo no es un lujo ni un favor: es una necesidad vital para cualquier sociedad que aspire a ser libre, justa y democrática.
Pero la libertad de prensa no se garantiza solo con leyes o declaraciones internacionales. Se sostiene, en la práctica, con el coraje de los periodistas que eligen todos los días decir la verdad, aunque incomode, aunque duela, aunque cueste. Esa libertad comienza en la conciencia de quien escribe, investiga, pregunta y denuncia.
La ética periodística no puede ser negociable. No puede venderse al mejor postor ni ceder ante las presiones del poder. Cuando un periodista se arrodilla ante la política o los intereses económicos, traiciona no solo a su profesión, sino a toda una sociedad que necesita información veraz para tomar decisiones y ejercer ciudadanía.
Hoy enfrentamos un contexto adverso: la desinformación circula como pólvora, las amenazas se multiplican, los discursos de odio buscan silenciar voces, y muchos medios se ven tentados —o forzados— a priorizar clics, rating o conveniencia política por encima de la verdad. En ese escenario, el periodista ético se convierte en resistencia.
No somos activistas, pero tampoco somos indiferentes. Nuestro deber no es agradar ni acomodarnos, sino buscar los hechos, contrastarlos, contextualizarlos y entregarlos con responsabilidad. La imparcialidad no es frialdad; es integridad. Y la objetividad no es neutralidad moral; es compromiso con la verdad.
Este es un llamado a los periodistas de hoy, a los que aún creen que el oficio tiene sentido:
no permitan que nos silencien con publicidad disfrazada de noticia,
no se conviertan en cómplices de la mentira por miedo o comodidad,
no abandonen la ética por alcanzar poder o visibilidad.
Porque si el periodismo no defiende la libertad de prensa, dejará de ser periodismo.
Y si renunciamos a nuestra esencia crítica y vigilante, no solo nos extinguiremos como oficio: perderemos el alma de la democracia.
Hoy más que nunca, ejercer el periodismo es un acto de valentía. Que este 3 de mayo no sea solo una efeméride, sino un grito de resistencia.
Decir la verdad sigue siendo el deber más urgente. Y la ética, nuestra única garantía de libertad.
También te puede interesar: CORPAMAG avanza con el proyecto educativo ambiental «Manzanares Revive»